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Diario de una chica sin complejos

El regalo

Hoy he salido con un chico. Lleva tiempo tratando de llevarme a la cama (o al coche, a los hombres les da igual el sitio), y no para de hacerme regalos para ganarse mi afecto. Quedé con él porque no tenía un plan mejor, y no tenía pensamiento de alargar mucho la cita... Cine, tonteo, quizá un poco de baile en una discoteca... Algo ligero.

Como no me apetecía demasiado llegar al sexo, no me arreglé demasiado. Suéter malva de punto, ceñido, minifalda vaquera, tacones no demasiado altos... Un poco de maquillaje, espuma en el pelo... No pensaba excitarle. Lo fastidioso de ser tan atractiva es que destacas aunque vistas cualquier cosa. El chico puso los ojos como platos cuando me vio aparecer, relamiéndose como un tigre. No está mal, nada mal, pero tiene algo que no acaba de convencerme. Me subí al coche. Él no paraba de mirarme los pechos y las piernas. Quizá sea eso lo que no me gusta: su forma de mirar.

Decidimos no ir al cine (yo lo decidí, por supuesto, no me seducía la idea de estar junto a él en la oscuridad), así que me invitó a cenar. El restaurante era coqueto, reservado, en cierto modo elegante. Mientras esperábamos los entrantes, el chico me entregó una caja envuelta en papel de regalo. Lo vi y no pude evitarlo, me dijo, está hecho para ti. No recuerdo lo que le contesté, pero sí que me sentí incómoda. Ábrelo, me pidió con una sonrisa.

Era un tanga de seda negra.

Me entraron ganas de levantarme, tirarle las braguitas a la cabeza, y salir de allí para no volver a mirarle a la cara. Sin embargo, le di las gracias y le dije que me disculpara, que tenía que ir al baño. En el aseo no había nadie. Me metí en uno de los reservados, me quité las bragas de algodón que llevaba y me coloqué su regalo. Era demasiado pequeño, pero me quedaba divino. Salí para mirarme en el espejo. Estuve admirándome un buen rato, sintiendo que la tela se introducía en mi carne y empezaba a presionar puntos delicados. Me bajé la falda. Mis mejillas estaban relucientes, y un calor familiar empezaba a extenderse por mi cintura.

Aparecí en el salón caminando muy lentamente, porque a cada paso la tela del tanga se introducía más y más por mis rincones. Noté que los hombres me miraban, y aquello me excitó más aún. Mis pezones comenzaron a levantarse y a empujar el tejido del suéter. Para cuando llegué a la mesa, mi entrepierna estaba húmeda, y el regalo de mi acompañante se las había arreglado para introducirse por completo entre los labios de mi vagina. El chico alucinó cuando me miró a la cara, supongo que asombrado por mi expresión de deseo. ¿Te lo has puesto?, preguntó. Asentí con la cabeza, incapaz de hablar. Había comenzado a abrir y cerrar las piernas muy lentamente, sintiendo que una marea de placer se extendía por mi vientre. Él siguió hablando, y yo seguí moviendo los muslos con un ritmo cada vez más acelerado... Tuve que detenerme, porque estaba a punto de tener un orgasmo. Me sentí ridícula, durante unos breves instantes, luego la excitación pudo conmigo.

Le pedí que nos fuéramos de allí, que había perdido el apetito. Él no dejaba de mirar mis pechos, con los pezones duros y desafiantes apuntándole directamente al rostro. Me mordí el labio inferior, le guiñé un ojo. Todo lo que podía pensar era que necesitaba un hombre, y él era el que tenía más a mano. No sé cómo lo hizo, pero salimos de allí a toda prisa. Yo casi no podía andar, experimentando dolor y placer a partes iguales, así que me agarré a su cintura. Llegamos a la calle. Él deslizó su mano por mi espalda, buscando mi traseo. Quiero ver cómo te queda, dijo. Yo ya estaba medio loca, me abalancé sobre él, buscando rozarme contra su entrepierna. Nos comimos a besos, sus manos palpando mis glúteos, pellizcando, exprimiendo... No me importaba, estaba a punto de enloquecer de placer. Así conseguimos llegar al coche, meternos dentro, echar uno de los polvos más salvajes de mi vida... Y luego otro más.

Ha sido una locura, una imprudencia. Él me ha dejado en casa relamiéndose los bigotes. A mí todavía me duele la entrepierna, pero he disfrutado como una perra. A veces me doy miedo. Y todo por un regalo.

6 comentarios

Leonardo -

Una fantasia muy bien trabajada.

Hellcat -

Excitante historia.

sexygata -

No te preocupes, Soil Takada, a estas alturas es difícil que cambie... ;)

Soil Takada -

Saludos
Lo explicito de tu relato me ha dejado extasiado has definido el deseo y el placer de la locura transitoria por cabalgar (o ser cabalgado) lo primero que veas de una forma muy real. Y por supuesto, has descubierto un regalo que en principio para cualquier tio con dedos de frente le sería grosero o muy muy pero que muy atrevido de regalar, en la guerra del sexo todo vale..o era amor ;) .
Solo desearte que sigas siendo tan sexy y tan ...gata. Miau .
Sayonara.

sexygata -

Me encanta que lo hayas disfrutado, cariño. ;)

yo -

sin aliento... gracias.
hhhhhhhhhhhhhhhhhhhhaaaaaaaaaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy